Al parecer, Víctor Fernández se va dando cuenta poco a poco de la evidencia. De que debe alinear a los que estén en mejor forma, de que debe quitar a todos los jugadores la etiqueta de indispensables en el once inicial, de que debe ser valiente de una vez por todas y darse cuenta de la realidad que le van marcando los entrenamientos, los partidos y los resultados.
Ayer lo fue a medias. Tuvo la valentía de alinear a un tal García - apellido muy español - en lugar de un tal Oliveira, que venía con marchamo de crack. Tuvo la audacia de sentar en el banquillo nada más empezar la segunda parte a un desafortunado Diego Milito, a un errático Aimar y a un irregular, aunque voluntarioso, D'Alessandro. Y le salió bien la jugada. El equipo comenzó a funcionar como tal. Zapater se convirtió en dueño y señor de su parcela. Óscar volvió a dar un pase de gol de lujo y Gaby se adueñó de una banda derecha que no acababa de funcionar.
Es verdad que el rival parecía un equipo muerto. Es verdad que el partido no fue demasiado brillante. Pero, sin los tres argentinos, los aficionados vimos otro perfil, otro bloque, otra cara más amable. Sólo dos peros a esta progresiva rectificación de Víctor Fernández: ¿Por qué no alineó a Cuartero, el eterno suplente, si cumplió con creces en los dos últimos partidos? ¿Por qué mantiene a Luccin como titular indiscutible contra viento y marea? Ahora quedan dos semanas de reflexión. El entrenador tendrá tiempo para meditar los cambios y las estrategias. De momento está rectificando. Aunque también debería acordarse de Paredes, de Celades o de Chus Herrero. En caso contrario, ¿para qué los quiere en la plantilla?
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