El último número de la revista Turia publica en la sección “Poesía” un poema de Luis Izquierdo, que evoca los largos viajes en tren desde Sagunto a Barcelona. La lectura de estos versos me remite al presente: los problemas de la línea de ferrocarril entre Valencia y Teruel y la próxima inauguración del último tramo valenciano de la autovía mudéjar: seis kilómetros de la siempre difícil y empinada cuesta del Ragudo. Los ecos personales y el trasfondo social de los primeros años de posguerra no tienen desperdicio:
DE SAGUNTO A TERUEL, 1951
De pronto aquel rumor, el retroceso
a imágenes del niño
que frenaba el vagón en su caída
desde la cuesta bronca del Ragudo
hacia el lugar común del Gran Olvido.
Sierras de Espina y Espadán, Barracas
y la odisea a pie, llegando a Pina
de Montalgrao, Los Calpes y La Puebla.
Mi caravana no era la impresión
de cantos y otras risas, sino huellas
borradas de los maquis, las hazañas
-en páginas de fuga-
de un bélico lector de la posguerra.
Raíces de dolor, orín del tiempo
de un orden incivil, y su ortodoxia
provista de indulgencias
en el yermo del odio victorioso.
Sombras chinescas al llegar a Sants
lanzaban sacos ante la mirada
del inocente –caras hambrientas,
maná del cielo, leche en polvo y pan-,
sediento y en ayunas, francamente,
del sacramento de la libertad.
Fin del verano para un escolar
en el tren de Una y Grande carestía,
pasable a otras, con el estraperlo
constante en un país sin alegría.
Y cómo, y aún así,
y yo sin comprenderlo.
DE SAGUNTO A TERUEL, 1951
De pronto aquel rumor, el retroceso
a imágenes del niño
que frenaba el vagón en su caída
desde la cuesta bronca del Ragudo
hacia el lugar común del Gran Olvido.
Sierras de Espina y Espadán, Barracas
y la odisea a pie, llegando a Pina
de Montalgrao, Los Calpes y La Puebla.
Mi caravana no era la impresión
de cantos y otras risas, sino huellas
borradas de los maquis, las hazañas
-en páginas de fuga-
de un bélico lector de la posguerra.
Raíces de dolor, orín del tiempo
de un orden incivil, y su ortodoxia
provista de indulgencias
en el yermo del odio victorioso.
Sombras chinescas al llegar a Sants
lanzaban sacos ante la mirada
del inocente –caras hambrientas,
maná del cielo, leche en polvo y pan-,
sediento y en ayunas, francamente,
del sacramento de la libertad.
Fin del verano para un escolar
en el tren de Una y Grande carestía,
pasable a otras, con el estraperlo
constante en un país sin alegría.
Y cómo, y aún así,
y yo sin comprenderlo.
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