Como cada verano, acabada ya la liga y escasas las noticias de fútbol en los medios de comunicación, comienza el baile de los millones. Es el gran mercado del fútbol. Es como una gran subasta, nacida de un afán o necesidad de los clubes de volver a llenar sus arcas medio vacías y, si es posible, culminar alguna operación con éxito deportivo y, sobre todo, económico.
Es la ley del mercado. Es el eterno tira y afloja para comprobar quién ofrece más por un determinado jugador.Las cifras bailan, van y vienen, marean al ciudadano de a pie. Los millones de euros suben como la espuma y la cotización varía según factores que rondan en ocasiones el azar. Porque la suerte también juega. Y la audacia. Y el capricho. Porque, ¿no es un capricho pagar treinta y tantos millones de euros por un jugador, por muy bueno que sea? ¿No es un despropósito realizar canjes de jugadores como si fueran cromos de un álbum? ¿No se ha tocado techo en este mundo cada vez más alejado de la realidad?
Mientras tanto, nuestras jóvenes promesas siguen luchando, siguen soñando, siguen con la ilusión a flor de piel. Afortunadamente, están todavía al margen de este mercado de fichajes que linda con la paranoia. ¿Les llegará algún día su oportunidad? Lo tienen difícil. Los representantes miran hacia más allá del Atlántico. ¿Por qué será? Acaso el negocio sea más rentable y les salga más redondo.
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