Un amigo me envía por correo electrónico un montaje en Power Point de fotografías de Zaragoza en el año 1908, con motivo de la Exposición Hispano-Francesa, en la que se celebró con gran solemnidad el primer centenario de los Sitios de Zaragoza. Siempre me he preguntado por qué hemos de celebrar las derrotas o los momentos trágicos. Pero esto es harina de otro costal.
En estas fotografías – casi postales o vistas panorámicas – se observa una Zaragoza provinciana, acogedora, familiar y emprendedora. Los viejos tranvías surcan ya las nuevas avenidas. El Paseo de Sagasta hace justicia a su nombre. Y el Paseo de la Independencia – estrenado por esas fechas – es como el salón de la ciudad. Llama la atención la escasez de vehículos y de carruajes, y el papel de protagonistas adquirido por los peatones. Es verdad que Zaragoza es una ciudad pequeña – ronda los cien mil habitantes – y se puede recorrer a pie sin ningún problema.
Si contrastamos esas nostálgicas imágenes con las de la Zaragoza actual – casi cien años después – nos sorprende la invasión del tráfico rodado, la multiplicación de comercios, bancos y todo tipo de establecimientos, con sus correspondientes reclamos luminosos y, sobre todo, el paso de una arquitectura modernista – con filigranas, adornos y festones – a una arquitectura actual plana, vertical, con aristas, en la que predomina el cemento, el aluminio o el vidrio. Mucho ha evolucionado Zaragoza en estos cien años. Pero todos nos podemos preguntar si ese crecimiento ha ido unido a una calidad de vida.
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