El poeta zaragozano Ángel Guinda (1948) acaba de presentar su último poemario con el título Claro interior. Es una obra contundente, profunda y contradictoria, como la vida misma. Este polifacético compositor contempla el mundo desde el horizonte privilegiado de la madurez, desde la el faro de la experiencia, desde la colina del distanciamiento comprometido. Porque la poesía de Guinda rezuma compromiso con los marginados y los más débiles. Plasmo un poema de esta antología en el que el autor funde la reflexión existencial con un aliento social inconfundible y, en ocasiones, iconoclasta.
Vendrá la muerte y no tendrá tus ojos,
esa muerte que separa. ¡He recibido tanto de la vida!
Como la piedra el deslumbramiento,
como la orilla lo desconocido.
Te reconozco, trance de esta hora.
Te he conocido desde que nací.
Tienes los ojos de la lejanía,
la almendra amarga de la soledad.
El cielo es grande porque nos contempla.
Me fatiga subir a la montaña
para aplacar mi sed de infinito
y atar las llamas del amanecer.
Me hace temblar la tralla del relámpago
apedreado por la realidad.
Sólo tú haces que yo siga vivo.
Eres la puerta que esperó mi llave:
cuando la abra, ¿qué me encontraré?
El tiempo es una sombra que todo se lo traga.
Y el espacio, la inmensa transparencia
que no me deja ver la intensidad
de este instante después de haber vivido.
Después de haber vivido, ¿cómo vivir ya má
ssi he dado incluso lo que no tenía?
Del aire vive el aire; y la luz, de la luz que lleva dentro;
agua es el agua en nube, río, mar.
Y aunque la vida siempre para la muerte vive,
y nada más que muerte hay en la muerte,
en la noche más noche brillan más las estrellas.
¿Qué miro que no veo sino al fondo del miedo y del misterio?
Todo está claro ya en mi interior.
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